Hoy es un nuevo día, en el que amanece a medianoche y el mundo me vuelve a sonreir.
Agua. El agua pura, cristalina, vital y esencial para la vida. Desierto. Miles de kilómetros de arena, sequedad y ausencia de agua. Miles de kilómetros que penden de un hilo entre la vida y la muerte. Miles de kilómetros que te hacen cuestionar todo, comer lo que sea y beber tu propia orina. Llevo ya 5 días intentando salir de este infierno, pero tanto al norte o sur, este u oeste, sólo hay arena. Esa clase de arena que la coges con las manos y escapa hacia abajo como si no pudieras impedírselo a la gravedad.Andando ya de rodillas y sin apenas fuerzas, conseguí que mis orejas se fijaran en algo y conseguí distinguir un sonido distinto, algo diferente al cascabel de la serpiente, que llevaba días acechándome. Era una voz. Una dulce voz femenina. Aquella voz me cautivaba como si fuera el canto de una sirena, y me enamoraba. Aquella voz fue diciéndome cosas y finalmente me llevo hacia un oasis. Quizás deliraba. Aquella aparición, me salvó la vida sin duda. Si no hubiera bebido agua, habría muerto.
¿A quién atribuirle el mérito?¿A quién darle las gracias?
Aquella misma tarde llegué a una ciudad. La primera ciudad, después de aquél duro y farragoso desierto. Tenía hambre, sed y sueño. No podía dar ni un paso más y a las puertas de la ciudad me caí y perdí el conocimiento. Me desperté en una ligera cama, compuesta por sabanas de lino. Una mujer se dirigió a mi y me preguntó sobre mi estado. Aquella mujer la conocía. Me sonaba muchísimo. Y pronto comprendí: aquella mujer era la que me había guiado hacía el oasis. Ella se tumbó hacia mí y me susurró a la oreja: Soy tu ángel.
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